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Intervención del Presidente del Principado de Asturias, Adrián Barbón

25/11/2021
  • Acto conmemorativo del Día internacional contra la violencia sobre las mujeres

 Hay un gesto para pedir ayuda cuando una mujer se encuentra en peligro. Es sencillo: basta con extender y cerrar la palma de la mano sobre el pulgar doblado en su interior. También existen líneas de autobús con paradas nocturnas a demanda, para que las mujeres no se vean obligadas a caminar mucha distancia hasta sus casas. Un número de teléfono, el 016, permite atender a víctimas de violencia de género sin dejar rastro en la factura.

Hoy, 25 de noviembre, conmemoramos el Día internacional contra la violencia sobre las mujeres en este teatro de Corvera, un municipio que se distingue por su compromiso feminista. Como presidente del Gobierno del Principado, un Ejecutivo que ha hecho de la igualdad y la lucha contra el machismo una de sus prioridades, es un honor compartir con vosotras este acto institucional.

Es un honor, una alegría y también una causa de desazón, lo confieso. Al principio cité tres iniciativas concebidas para denunciar o dificultar las agresiones a las mujeres. Podría añadir más, como las clases de defensa personal o los artilugios, desde espráis a porras extensibles, que proliferan por Internet para llevar una suerte de pequeño arsenal en el bolso de mano.

Sé de sobra que las medidas que he nombrado no son comparables, que muchas son dignas de reconocimiento público, pero todas retratan la misma realidad: la desigualdad. El lado triste siempre tiene protagonista femenina: ella es la que telefonea a escondidas, la que camina de prisa atenta al eco de sus propios pasos y sin volver la cabeza, la que alerta al conductor para que la deje enfrente de su domicilio. 

A ver si nos enteramos de una vez: una sociedad en la que más de la mitad de la población tiene razones para sentir miedo al volver a casa de noche por el único hecho de ser mujer es una sociedad que falla.  Tanto da que hablemos de violencia física, sexual o psicológica, dentro o fuera de la pareja, los porcentajes son abrumadores. Por dar un dato, en Asturias hay más de 132.000 mujeres que han sufrido acoso sexual a lo largo de su vida. Sólo si tenemos los sentidos embotados podemos considerar aceptable esta situación. Sólo si nos resignamos a la fractura de la desigualdad podemos asumir que haya que recurrir a códigos de signos o a llamadas que no dejan huella para defender el propio derecho a la integridad y la vida.

Hay quienes niegan o minusvaloran la violencia machista. Por desgracia, las pruebas tienen nombres y apellidos. La prueba se llamaba Teresa Aladro –de Laviana, mi concejo-, que murió asesinada en mayo. Por si quieren más, en España, el número de feminicidios de este año se eleva a 37. Hoy estamos obligados a acordarnos de ellas, pero también a recordar que la violencia de género no es el residuo del patriarcado en extinción, el estertor furioso de un monstruo agónico, mucho menos una construcción ficticia para justificar un discurso político. Nos equivocaríamos de medio a medio. La violencia de género es la expresión salvaje y brutal de la desigualdad, de esa sociedad escindida entre dominadores y dominadas que aún persiste.

No me atrevo a responder cuándo empezó la desigualdad; tampoco cuándo desaparecerá. Lo que tengo claro es que debemos seguir avanzando sin dejarnos confundir por quienes interpretan que estamos ante los últimos coletazos del machismo ni mucho menos por los que niegan la realidad. A propósito, reparemos en que la extrema derecha levanta su discurso en todo el mundo sobre una escalera de negaciones, desde el holocausto, el cambio climático o las vacunas. Pues si hay una compartida, que repiten por doquier, es la negación de la violencia sobre la mujer, de ahí que el feminismo esté siempre en su punto de mira. Sois su objetivo preferente.

De esto podríamos sacar muchas lecturas sobre nuestro orden social, económico y político, pero ahora prefiero centrarme en los pasos inmediatos que hemos de dar para continuar desbrozando el camino. Vosotras habéis elegido este año tres metas abolicionistas: la prostitución, la trata y la pornografía. Es un lema valiente: es tanto como gritar por la calle que el rey está desnudo y, a la vez, querer acabar con uno de los negocios más sórdidos y lucrativos que existen.

El rey, lógicamente, no es un monarca con manto de armiño. El rey desnudo es una sociedad que considera normal que haya mujeres que se compran, se vendan o se alquilen, puro material de uso. Espero que tardemos muy poco en contar con la legislación adecuada que sancione a los consumidores y persiga el proxenetismo, porque la prostitución debe desaparecer de Asturias, de España entera. También en este caso hemos de tener precaución con las ambigüedades y las confusiones. La prostitución no es una elección, ni se da igual entre hombres ni mujeres ni es una alternativa laboral. Si alguien no ve la pesada cadena histórica trenzada de eslabones de sumisión que arrastra, es que, efectivamente, tiene un grave problema: o es incapaz de distinguir al rey desnudo o, peor aún, prefiere no verlo.

La prostitución –y su secuela más inmediata, la trata, puro esclavismo en el siglo XXI- tampoco se reduce a un rescoldo de otra época, brasas antiguas que se extinguirán con el paso de las generaciones. Según un estudio de Naciones Unidas, el porcentaje de españoles que ha consumido prostitución a lo largo de su vida dobla a la media europea. Sabemos que los jóvenes también la frecuentan, y a veces con un desparpajo impensable en una Asturias que lleva décadas haciendo bandera de la igualdad.

 Sabemos incluso por qué, al menos una de las causas más poderosas: porque la pornografía es en muchísimos casos una escuela de prostitución. El porno no es educación sexual, induce al dominio y la sumisión. Lo que enseña el vídeo que está al alcance de cualquier pulgar adolescente en un teléfono portátil es que la mujer está para complacer el deseo y la imaginación del hombre. La pornografía, como la prostitución, no requiere empatía ni conexión emocional: sólo que el varón quiera y pague para que la mujer cumpla. El aumento de las prácticas de riesgo, como la ausencia de preservativo, el recurso a la violencia o la incapacidad para diferenciar entre la ficción y la realidad son también otras enseñanzas añadidas, por decirlo de alguna manera, de la pornografía.

Antes hablé de un negocio lóbrego y próspero. Es una certeza, aunque no podamos ponerle números exactos. Entre la ilegalidad y la alegalidad, en ese espacio turbio y nebuloso en el que se desarrolla la prostitución en nuestro país, es muy difícil hacer cálculos.  Un informe de este mismo año calcula que los beneficios anuales de la trata de personas ascienden a 14 billones. El INE estima que sólo en España la prostitución supone unos 4.100 millones, cantidad equivalente al 0,35% del PIB.

A todo eso es a lo que le estáis haciendo frente. Habéis, hemos elegido un adversario enorme, pero estoy seguro de que conseguiremos superarlo. La historia de conquistas del feminismo es ya muy poderosa como para amilanarnos. Os aseguro que el Gobierno de Asturias va a acompañaros en este desafío. Justo hace un año entró en funcionamiento el Centro de crisis para víctimas de agresiones sexuales, una iniciativa pionera que va a ser replicada a nivel nacional y que ya ha atendido a 203 mujeres. La dirección general de Igualdad que lidera Nuria Varela prepara también la puesta en marcha de un Centro de atención a víctimas de explotación sexual, otra medida innovadora y necesaria. Fijémonos que sólo en 2020 las tres entidades especializadas en prostitución y trata en Asturias –me refiero a Apramp, Fundación Amaranta y Médicos del Mundo- atendieron 1.082 casos. Este miércoles, la misma dirección general ha suscrito un convenio con los colegios de abogados de Oviedo y Gijón para ofrecer atención especializada a las víctimas de agresiones sexuales.

Sí, que nadie piense que nos conformamos. Vamos a seguir trabajando, día a día y sin dejarnos engañar. Fortaleciendo nuestra red de casas de acogida –ya está previsto contar con un piso más en Mieres-, promoviendo la igualdad en la educación, extendiendo las políticas de igualdad en todos los ámbitos, desde las empresas a la propia Administración, porque esa es la mejor, la única manera de acabar con la violencia contra la mujer.

Siento discrepar de una buena amiga, pero en el Gobierno de Asturias no vamos a ponernos las gafas moradas. Las llevamos puestas y, desde luego, no vamos a quitárnoslas. Por vuestra dignidad y vuestra libertad, que es la de todas y todos.​​​​​​​